El poder del lenguaje en la enseñanza

La enseñanza está llena de oportunidades para construir o derribar. A menudo sin querer, pero siempre con consecuencias. El cambio hacia la enseñanza a distancia, impulsado por COVID, ha puesto de manifiesto esta vulnerabilidad. También presenta una oportunidad para que la profesión ponga el foco en cómo los niños pueden beneficiarse, o no. El poder del lenguaje resuena en nosotros mucho después de que haya pasado la lección. La posibilidad de comunicar el mensaje con claridad y que se preste a 30 interpretaciones diferentes es algo extraordinario. 30 mapas y 30 conexiones diferentes.

Salir del aula y eliminar el vínculo cara a cara entre profesor y alumno es significativo. Se pierde la confianza en la compenetración para construir y fortalecer una relación. El requisito de comunicarse a ciegas a través de la "función de chat" elimina los sentidos y pone más énfasis en la exigencia de una comunicación clara y, lo que es más importante, intencionada.

La práctica docente habitual se presta a comentarios "improvisados", a veces irreflexivos, pero generalmente (es de esperar) con la mejor intención. Comentarios que se pierden en el éter, sin dejar huella en el profesor ni en los alumnos, pero que dejan una mancha indeleble en los demás. La semana pasada, un profesor de matemáticas le dijo a mi hijo de 11 años durante una clase "en directo": "No hace falta que lo intentes porque es muy difícil". La intención y el sentimiento eran buenos, no me cabe duda. Sin embargo, el mensaje caló hondo. Reforzaba la creencia limitadora de que las matemáticas eran "difíciles" y no algo que mi hija pudiera aspirar a mejorar. Un momento fugaz en una clase de una hora, un comentario lanzado e incrustado. El daño ya estaba hecho. La relación empañada. La relación se había deteriorado.

Como profesora con formación reciente en PNL, nunca había sido tan consciente del poder del lenguaje en las relaciones con mis alumnos. La importancia de la compenetración y de ser sensible a los 30 mapas diferentes que hay en la sala. La facilidad con la que podemos "deshacer" a una persona sin siquiera quererlo.